En todos los casos la primera tarea del a.t. es el desarrollo de un vínculo de reconocimiento mutuo y cierta confianza con el niño.
En pocas situaciones se observa con tanta
claridad la función intermediaria del a.t. como en el acompañamiento escolar.
Para ejemplificar caso de Lucía, una
niña de 9 años de edad que habia desarrollado síntomas fóbicos con una intensa
angustia ante la situación de separarse de su madre. La niña no toleraba estar
lejos de ella ni siquiera durante unos minutos, aferrándose literalmente al
cuerpo de su madre. Esta situación había tornado imposible la asistencia de la
niña a clase ya que el desborde de angustia devenía en escenas de llanto
incontenible ante cada intento de la niña permaneciera en la escuela.
Habiéndose agotado las inasistencias previstas en el reglamento escolar se corría
el riesgo de que la niña perdiera el año educativo. La psicoanalista convoca a
una a.t. con la finalidad de intentar una contención in situ que haga posible
la asistencia a clase de Lucía. Desgarradoras escenas de llanto desesperado,
súplicas y promesas se sucedían ante cada intento de llevar a Lucía a clase. La
angustia materna completaba la escena y hacía que cada vez que la niña lograba hacer un movimiento hacia la
separación, este era frenado, desalentado, de manera sutil e inconciente. La
captura de las figuras significativas en la trama sintomática requiere de la
intervención de un tercero que pueda analizar, interpretar, contener y
acompañar concretamente en la separación de la madre y la inclusión en el. grupo
social Compañeros-Escuela.
En la mayor parte de los casos que llegan a psicoterapia, esa función es cumplida por el psicoterapeuta de niños que habilita un espacio para que el niño pueda desplegar su conflictiva, sus miedo, sus deseos. No obstante, hay casos en los que, ya sea por la gravedad de los síntomas o por los daños asociados a los mismos (en este caso la pérdida del año escolar) se hace necesario que alguien cumpla con esa función en el aquí y ahora concreto de la escuela. Para ayudar a Lucía se incorporó al equipo a una a.t. quien intentaría contener y acompañar a la niña y posibilitar el desprendimiento de la mano materna. Así ambas (niña y madre) podrían experimentar el reencuentro al final del día escolar.
En la mayor parte de los casos que llegan a psicoterapia, esa función es cumplida por el psicoterapeuta de niños que habilita un espacio para que el niño pueda desplegar su conflictiva, sus miedo, sus deseos. No obstante, hay casos en los que, ya sea por la gravedad de los síntomas o por los daños asociados a los mismos (en este caso la pérdida del año escolar) se hace necesario que alguien cumpla con esa función en el aquí y ahora concreto de la escuela. Para ayudar a Lucía se incorporó al equipo a una a.t. quien intentaría contener y acompañar a la niña y posibilitar el desprendimiento de la mano materna. Así ambas (niña y madre) podrían experimentar el reencuentro al final del día escolar.
La a.t. hace de objeto transicional, tranquilizador,
contenedor, para la niña. Participa de todos los sistemas involucrados pero no
pertenece totalmente a ninguno de ellos (familia, escuela) excepto al sistema
equipo terapéutico, pero este de por si ya cumple una función tercera respecto
de los otros. Esa ubicación le permite adecuarse y moldearse a las ansiedades y
deseos de la niña, sosteniéndola en ese pasaje necesario para luego soltarla
gradualmente. Posibilita una experiencia que de otra manera no tendría lugar.
Posibilita sin protagonizar. Acompaña hasta el borde del escenario.
En el caso de Lucía se trabajó con una a.t. que
concurría diariamente a la escuela antes del horario de ingreso. Recibía a la niña en la puerta de la escuela. En un primer momento las escenas eran
dramáticas: madre e hija aferradas llorando en el taxi que las traía. La a.t.
no forzaba la situación pero insistía y contenía a la niña. Llamativamente la
angustia de la niña disminuía cuando el taxi, con la madre en su interior, se
perdía de vista. Durante las primeras semanas la a.t. acompañaba a la niña
dentro del aula. Al principio sentándose a su lado, luego más lejos. Al cabo de
unas semanas ya no entraba al aula sino que la esperaba en el patio. La niña de
tanto en tanto salía a decirle algo o se asomaba a la ventana a verificar que
aún estuviera allí. Fueron muy pocas las situaciones en las que fue necesario
llamar a la madre a la escuela. Durante el último mes de acompañamiento se
acordó que la a.t. recibiría a la niña en la puerta, la acompañaría al aula y
luego saldría del establecimiento para pasar la mañana en un bar aledaño y con
el teléfono celular encendido, en una especie de guardia pasiva. Si lucía lo
necesitaba, llamaba y la a.t. se presentaba en la escuela. Este esquema le
permitió a la niña no perder el año escolar y enfrentar las situaciones que
desencadenaban el acceso de angustia pudiendo transcurrir la misma más allá del
momento que anteriormente no podía trascender. Ni la madre ni los docentes podían
realizar esa tarea y no por falta de tiempo o voluntad , sino por el lugar que
ocupaban en la conflictiva de la niña. Al año siguiente la niña concurrió
normalmente a la escuela.