Así como hay psicoanálisis porque hay analista , es el deseo del at el que instituye el acompañamiento terapéutico.
Deseo de acompañar que se encuentra en disyunción con el deseo de analizar.
La vieja definición de acompañamiento terapéutico en la que se describe su labor como “no interpretativa” y “vivencial” no debería entenderse tanto como una prohibición (interdicción) sino como una imposibilidad; no tanto como una admonición sino como una advertencia: no hay acompañamiento terapéutico sin analista (o equipo terapéutico), pero especialmente: no hay AT donde hay analista.
Allí donde/cuando devengo analista, dejo de ser at.
Podríamos decir que el lugar y la función de at estaría marcado por las coordenadas de lo fraterno: el que está ahí, a la par, como testigo. El compañero que acompaña compartiendo el pan y la tarea.
Está aquí, a mi lado, en la escena cotidiana mientras la escena transcurre.
El analista, habitualmente, no está en la escena cotidiana mientras ésta sucede. Al analista se le relata la escena. El analista escucha un relato y atiende de manera flotante el discurso del inconsciente enmarcado en un dispositivo que intenta despojar toda referencia a la presencia de otro semejante.
El analista no es un semejante. El at sí.
Sostener que el at es un semejante para el paciente delimita un campo, una función y un lugar a la vez que excluye otros...
Fragmento del libro Acompañantes.
Pablo Dragotto y M.Laura Frank.
Editorial Brujas. Córdoba, Argentina. 2012